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Debido a su alto contenido en ácidos grasos monoinsaturados (ácido oleico) y ácidos grasos poliinsaturados (ácido linoleico), el aceite de oliva aporta importantes beneficios para la salud.
El aceite de oliva aumenta los niveles de colesterol HDL (beneficioso) y reduce el c-LDL (colesterol “malo”). Ayuda a controlar la hipertensión arterial y reduce la aparición de trombosis.
Las propiedades antiateroscleróticas del aceite de oliva virgen se pueden atribuir en parte a la presencia de componentes menores, como los compuestos fenólicos, que desempeñan un papel protector contra la oxidación del LDL. Su potencial efecto biológico se reduce o desaparece en aquellos aceites de oliva que han sido sometidos a determinados procesos de lavado y/o refinado en los que se han eliminado dichos componentes (Joaquín Carlos Surra et al., 2015).
Además, algunos estudios demuestran que consumir aceite de oliva diariamente es fundamental para prevenir ciertos tipos de cáncer, especialmente el de pulmón y estómago, pero también el de endometrio, ovario y colon (D’Angelo et al., 2005; Hamdi et al., 2005 ; MA Zamora Ardoy et al., 2003).
Se ha demostrado que el aceite de oliva tiene un gran efecto antiinflamatorio y antioxidante. Sus polifenoles son compuestos bioactivos que actúan como antioxidantes y antiinflamatorios (Beauchamp et al., 2005). La presencia de altas concentraciones de un alcohol fenólico como el hidroxitirosol, que puedes encontrar en el aceite de oliva o las aceitunas, tiene una potente capacidad antioxidante tanto in vitro como in vivo (Visioli et al., 2000).
El aceite de oliva ayuda a proteger contra la diabetes, debido a sus efectos beneficiosos sobre la glucosa en sangre y la sensibilidad a la insulina (MA Zamora Ardoy et al., 2003; A. Marí-Sanchis et al., 2011).
Finalmente, se ha demostrado que la modulación de la respuesta inmune ejercida por dietas que contienen aceite de oliva, supone una menor supresión de la proliferación linfocitaria, una mayor producción de citocinas pro y antiinflamatorias y, en definitiva, una mayor capacidad fagocítica de los macrófagos/monocitos. un factor esencial para eliminar agentes patógenos (MA Puertollano et al., 2010).
